Llegó el verano. Y con él, como no, el calor.
Llegan las vacaciones (para quien las tenga). O el deseo de ellas. Que luego se convierten, muchas veces, en quince días de supervivencia. Desde las miradas furtivas para tender la toalla en ese pequeño espacio de arena que vemos... y cuando llegamos ya hay un señor barrigudo clavando su sombrilla en el centro. Hasta los paseos por ese sendero en medio de la montaña donde no esperamos encontrar a nadie y resulta que vamos en fila india detrás de una eternidad de mochilas y gorras.
Para los que se quedan en la ciudad, llegan las cervecitas en la terraza después de la jornada laboral. Y, este año...¡La Expo!. En Zaragoza, quien mas quien menos, va a visitar por lo menos un día esa "superfiesta" de ranas que no croan pero que promete tener entretenidos, por lo menos, a periodistas y profesionales de los medios de comunicación que pasan más horas allí que en sus habituales puestos de trabajo.
Llego el verano. Y con tanto calor, que mi cuerpo ni añora la hamaca en la playita, ni la montaña, ni la Expo... Con casi cuarenta grados, lo único que apetece en un sábado como este, es echarse una buena "siestica"en la fresquísima casa del pueblo y sacar cuentas para instalar el aire acondicionado el el minipiso zaragozano donde la temperatura sube, y sube y sube.
¡Buen verano!